Érase una vez un final que no quería acabar. Cada mañana al despertarse repetía el mismo lamento a quien se prestara a escucharle:
“No hay mayor desgracia que haber nacido final: punto, abismo, fin de frase, y que tu misión en la vida te parezca espantosa. Los finales somos antipáticos, provocamos nudos en el estómago y angustia existencial; da lo mismo que seas colofón, miga en un plato, poso de café, fin de curso, The end, última aceituna, despedida en un andén… somos deprimentes y no tenemos remedio.
Lo bonito es poder ser inicio; contribuir a que las cosas comiencen… y empezar con ellas, qué placer desconocido.”
A veces intentaba animarse pensando en las falsas alarmas: es cierto que en ocasiones algo parece haber acabado y resulta que no, que vuelve a empezar, como cuando Porky aparecía en pantalla y pronunciaba aquel terrible “Esto es todo amigos…” pero a los tres segundos comenzaba otro episodio, alegrándonos el corazón.
Una tarde, siendo puesta de sol y preparándose para esconder al astro detrás de las montañas, escuchó una voz; parecía venir de un árbol.
“Escucha amigo, todo lo que dices es cierto, pero ¿sabes? se puede ser final y principio a la vez; a veces aquello que acaba guarda la semilla de cosas mucho mejores, la vida lo sabe: plantas que mueren abonando el suelo, vendas que caen dejando ver la luz, ramas taladas que ríen, serpientes que mudan la piel, frutas maduras que se recogen liberando al árbol de su peso acumulado…
Además, ¿podrían existir los ciclos sin los finales? ¿no se toca con los dedos lo que empieza y lo que acaba y gira y llamamos vida a esa espiral? ¿es acaso triste el final de un llanto, el grito cuando acaba, un último día de fiebre?
Por cierto- le dijo riendo- ¿serán los puntos suspensivos varios puntos finales juntos que sostienen en colectivo lo que no sabemos hacer solos…?
No sé si te voy a convencer; los finales no os lleváis muy bien con nosotros, los optimismos. Nos tenéis un poco de ojeriza, pero es comprensible y sano que así sea, ¿no crees? :-)”
En ese momento el sol dio su último destello y se acurrucó en el horizonte. Un grillo empezó a cantar desde la rama de un árbol; se unieron muchos más y la noche llegó, fresca y poderosa.