Diario confinado

Aquí dejo las crónicas que fui escribiendo durante el confinamiento y que tanto bien me hicieron para superar miedos, incertidumbre y distancia con un poco de humor.

Se las dedico a S.: confinado, amado y paciente protagonista de muchos de mis delirios.

A S.

19-3-20

Qué sentido cobra ahora aquello de “conócete a ti misma”. Como para no conocerse, que va una tropezándose consigo por el pasillo.

Eso sí, entre tanto arreglo de casa, está resultando un buen momento para encontrar el amor -el propio, claro-; tantos años de pico y pala, venga lecturas venga talleres, y resulta que estaba ahí, arrugadito en el fondo del cacerolero.

Lo que más extraño se me está haciendo de todo esto es que hemos parado nosotrxs, pero hay cosas que no se han dado por aludidas. Echo de menos entre las medidas decretadas algo así:

– Suspensión temporal de los problemas personales, de convivencia y/o afectivos.

– Paralización de las enfermedades crónicas, físicas y mentales.

– Confinamiento hasta nuevo aviso de los complejos, las carencias, los retos absurdos, las autoexigencias.

Todo esto se ha quedado y dime tú dónde lo colocamos, por mucho espacio que hayamos hecho en el cacerolero.

Por lo demás todo bien…saludos desde un encierro nutritivo y dulce, a pesar de todo.

22-3-20

Hoy en mi cocina he visto hormigas; han llegado antes de lo habitual.

Quizá hay más micro-restos de comida en casa, o les está escaseando alguna fuente exterior debido al confinamiento. Y no son los únicos seres que van notando algo raro: a las gatas también les está afectando este cambio de hábitos en la casa y me miran como preguntándose qué hacemos dos personas todo el día aquí metidas, haciendo exactamente lo mismo que ellas.

Hoy, sin ir más lejos (qué bien traída esta expresión, por cierto) me he descubierto afilándome las uñas en el rascador, que me ha tenido S. que arrancar por miedo a que me lesionara.

Y es que todo se pega.

De hecho, creo que ellas empiezan a temer que las mande a trabajar, como si esto fuera un cambio de turno y esta vida contemplativa que llevan cinco años disfrutando hubiera llegado a su fin.

Veo a Duna encima de la estantería, parapetada: “ni de coña voy a bajar yo a por el pienso, guapa”, me dice con las orejas hacia atrás.

Nushu parece que está disfrutando más de la situación: rascadas a cuatro manos sin límite de tiempo, ronroneo eterno. Eso sí, la veo dispuesta a responder como la gata samurai que es ante cualquier petición, no sé, de bajar a comprar el pan o hacer cola en el súper.

Mejor ni me atrevo, que tienen las uñas más afiladas que yo.

24-3-20

A mí, a la hora de escribir, la realidad me solía cundir bastante; vamos, que no necesitaba nada del otro mundo para inspirarme. Una conversación por aquí, una imagen por allá y pum, salía una historieta.

El problema lo tengo ahora, que vivo instalada en la ficción. Una ficción bastante poco original, por cierto (¿un virus que nos obliga al confinamiento en casa? ¿aquí y ahora, en el barrio del Carmen…?) Ya imagino a mis profes de escritura- Lola, Paco… – cuestionando la verosimilitud de tal propuesta apocalíptico-demodé.

Aquí ando pues, delante del folio en blanco, dudando entre competir con esto lanzándome de cabeza y con mascarilla a la ciencia-ficción, o intentar obviarlo y seguir escribiendo sobre esas cosas que nos quitaban el sueño hasta hace diez días: la deconstrucción del amor romántico, el sujeto del feminismo, qué sé yo, el gluten.

29-3-20

A mí lo de superarse a una misma siempre me ha parecido una barbaridad, yo soy más de intentar caerme bien. Me crea además conflictos identitarios difíciles de resolver: ¿quién eres tú en esa acción superadora, la que corre por delante victoriosa o el guiñapo sudoroso que se queda atrás..?

Aún así y con los reparos expuestos, me cuesta no utilizar esa expresión al narrar mi hazaña de hoy: girar el hulla hoop a la pata coja.

Superada no sé, pero que lo he petado, es un hecho.

Y de premio, un ajiaco colombiano para comer; eso sí que lo supera todo

31-3-20

Iba a decir que estoy experimentando cierta sensación de mimetismo con la casa, pero creo que se trata de una metamorfosis en toda regla; me he dado cuenta al sentir el calor de este rayo de sol -el único en todo el día, breve y tibio- en el brazo, y al tener que arreglar la gotera que me ha salido en la cabeza esta mañana cuando llovía insistentemente.

Puede ser que, de la misma forma, se esté dando el proceso inverso y la casa se esté transformando en mí; eso explicaría los crujidos de las vigas cuando me angustio un poco o esa risa floja que parecen tener las ventanas a ratos, tan familiar.

De hecho, a estas alturas no sé quién está confinada en quién. Yo, por ahora, no me quejo; veremos ella 😉

4-4-20

El otro día escuché a Pepe Mujica decir que, cuando es consciente de nuestra pequeñez, siente ternura por la vida. Esa expresión me provocó a su vez ternura y qué bien ese bucle en el que entramos los tres: S. y yo en el sofá, Pepe en la pantalla.

Son días blandos, de epidermis erizada. De palabras como vulnerabilidad, que se derriten al ser pronunciadas, se doblan sobre sí mismas y acaban hechas un charquito en el suelo; vulnerabilidad, plof.

Hoy en el mercado central también encontré ternura en ese paisaje de gente sin cara, solo ojos, voz y dos metros de distancia desde el cordón de seguridad: “reina, qué te pongo”. Conversación insólita con el pescadero, pura filosofía; regalo de la panadera, sonrisas que no se ven pero se intuyen detrás de la mascarilla. “Cuídate mucho, bonica”, el señor del queso.

Igual si a la atención le sumas ese tiempo que nunca tenemos, la ternura surge sola. Yo creo que a Pepe le pasa eso.

7-4-20

Los recuerdos son a veces como brotes de alfalfa; coges un puñadito y se te va todo el montón detrás.

Tiro del primer puñado y me veo hace diez años con mi querido C. haciéndome ver, en la sesión previa a nuestro primer masaje, que estaba hablando de mi cuerpo como si este y yo fuéramos dos entes distintos: “yo es que no me llevo muy bien con mi cuerpo”, creo que le dije. Él abrió sus enormes ojos negros, entre asombrado y divertido: “ahá, ¿y con quién estoy ahora mismo, contigo o con tu cuerpo?”

Algo así me preguntó, aunque seguro que él se acuerda mejor; tiene la memoria aún más grande que los ojos.

Después de esa primera sesión sucedió el primer abrazo; seguíamos sin saber si quien estaba ahí apretada era yo o mi cuerpo, pero a esas alturas ya daba lo mismo.

El recuerdo de este abrazo viene justo después de recordar los de N., que nos dejó ayer; enérgicos, de los de darte una vuelta en el aire. Y los de él, que nos dejó hace 22 años, largos e intensos, con los que sigo soñando muchas noches.

Sigo tirando de los brotes y me viene ahora la suerte enorme que tengo estos días de poder abrazar a S. -amoroso y firme, como un árbol- y sentir que al mismo tiempo me abrazo al mundo; mi cuerpo -o yo, quién sabe- de puntillas, con el corazón blandito, apretujándole a él y a mi gente, la que está y la que se ha ido. Abrazos-recuerdo y abrazos-ganas; abrazos- quéricoelbizcochomami, abrazos- celebración y abrazos-despedida.

Este cuerpo, o yo, abrazándoos.

10-4-20

Ayer fui a trabajar; mi Conselleria tiene la autoestima muy alta y se considera servicio esencial, así que se ha pasado el estado de alarma por el DOGV y allá que vamos cada varios días a hacer acto de presencia, de una en una, a resolver recursos de alzada esenciales hasta decir basta. El resto de la semana los resuelvo en la cocina, lugar más acorde con el espíritu confinador del Decreto.

Toda mi planta estaba vacía; el único ser humano que entró en toda la mañana fue un chico con mascarilla a cambiar un extintor (creo que ha habido una ligera confusión de EPIs, o es que piensan acabar con el virus a chorrazos); el caso es que nos dimos un susto de muerte en medio del pasillo oscuro, a unos ilegales cincuenta centímetros de distancia. No sé quién saltó antes hacia atrás, si él con el extintor en brazos o yo con mi taza de té higienizada.

Fui analizando mis movimientos de TOC: apertura de puertas con el antebrazo, interruptores con el codo, lavada de manos al entrar y al salir del baño, chorrito de solución hidroalcohólica cada vez que me ponía agua de la máquina o al tocar un expediente.

“La recurrente expone”…no: “aduce”…no: “La Sra. Pérez manifiesta en su recurso…”

Intenté concentrarme en otrosís, habida cuenta y con base en, pero pretender normalidad en medio de esta rarunez se me hacía hasta violento; es curioso que el lugar más normalizado que tengo en la vida tenga ahora este tono como de insuficiencia respiratoria.

Desde mi mesa podía ver dos carpas blancas enormes delante de la antigua Fe, trajín de ambulancias y algunos coches de policía.

Lo único inmutable y familiar, los graznidos de las cotorras en el jardín.

13-4-20

Vicente el resiliente.

Hay palabras que se empeñan en significar algo serio pero mira, a mí no me la pegan. Me pasa por ejemplo con “resiliencia”, que tiene ese nombre como de señora antigua, algo así como Exuperia o Restituta, y qué quieres que te diga.

Este repelús semántico se me ha agudizado además desde que conocí la historia de Vicente el resiliente.

Vicente, yerno y padre ejemplar, todo el día superando cosas, qué destino el suyo. Y qué vicio también, oye, que al hombre se le ve disfrutar con el tema y sarna con gusto no pica.

Allá donde se vislumbre el más afilado canto de piedra, el obstáculo más insalvable, nuestro personaje se lanza gozoso al tropiezo, y qué placer el dolor en la espinilla, qué dicha el golpe cuando se tiene la certeza de ir a renacer cual ave fénix resiliente.

Ya se relame Vicente de imaginar la próxima circunstancia que sea óbice, cortapisa o valladar de algo para poder empotrarse y recuperarse una y otra vez sin solución de continuidad.

El problema lo tiene ahora su familia, harta ya en pleno confinamiento de ver a Vicente todo el día por el pasillo, supera que te supera; qué fatiga.

Y a ver quién se sobrepone a esto.

16-4-20

Yo no sé a vosotrxs, pero a mí se me está metiendo el confinamiento en los sueños, o quizá son ellos los que se están confinando, no sé, alarmando; el caso es que sigo soñando con mis tres figuras recurrentes (trenes que no alcanzo a coger, exámenes que me salen mal y mi padre apareciendo por lugares insólitos) pero ahora se les suma la prohibición de salir a la calle o de juntarse con la gente, en un mix onírico-pandémico bien curioso donde el examen lo hacemos aplaudiendo o, como esta noche, me pido una ración de mejillones en el balcón y veo a Rajoy en chándal.

A esto se añade que la frontera entre sueño y realidad empieza a desdibujarse y ya no sé si el helicóptero con megafonía que espanta gente de las terrazas está en el inconsciente o en el consciente confinado…¿el confinente?

Fíjate, yo que hasta ahora solo utilizaba esta palabra para hablar de las gallinas enjauladas y aquí estamos, cual aves ponedoras; con total confinanza os lo digo.

Que alguien me pare, por favor.

18-4-20

Esta nueva forma de vida está provocando que se altere el sentido de las cosas; al menos el sentido figurado, que está más literal que nunca.

Así, algo como “subirse por las paredes” empieza a ser cada vez más una posibilidad y menos una expresión; no sé, quizá sea una manera de ampliar los metros disponibles de la casa, que yo tengo los techos muy altos y un rocódromo en el comedor me daría un poco de vidilla. Miraré tutoriales.

También se me está literalizando lo de “acabar cazando moscas”; no sé si será por mimetismo con las gatas, pero S. y yo todas las tardes dedicamos un rato a perseguir por el comedor insectos voladores con una manta verde, en silencio y con eficacia sospechosamente felina.

Espero al menos que “se me cae la casa encima” conserve su sentido figurado y no haya que lamentar daños.

Que las diosas nos pillen confinadas.

20-4-20

Ayer les comentaba a las tetas (mis socias de La Tetera, no os preocupéis…) que uno de los efectos que está provocando todo esto en mí es la dificultad para pensar, pero creo que, siendo más exactas, lo que me está costando es sostener pensamientos.

O sea, que una idea puede brotar de mi mente, pero da dos pasos y no llega ni a la puerta de la cocina.

Y es que quizás el equivalente a vivir en un ay es pensar en un uy.

Pensar corto y estrecho; tener ocurrencias o ideas peregrinas, que son como las hermanas pobres de los proyectos o de los razonamientos y se quedan en “uy, mira…” y plof, al suelo.

Así va mi mente; igual encuentra una ventana y sale a pasear un rato, pero con el culo encogido por si le para la policía sin un tíquet de compra reciente:

– ¿A dónde se dirige usted?

– Uy.

– A su casa, rapidito.

No sé, igual es una sobredosis de corto plazo, de presente puro…uy mira, mejor ni lo pienso.

23-4-20

S., que es muy sabio y el confinamiento le está transformando en un Buda con delantal, dice que esta situación la podemos vivir en varias esferas concéntricas: la individual, la de nuestra convivencia, la de la relación con la ciudad y la político-social (bueno, este es mi resumen).

Es un aporte importante para las amantes de la multiplicidad como yo; si el año pasado me segmenté en tres mujeres (La Mujer Ardilla, La Mujer Bola y La Mujer que Se Eleva), ahora veo a cada una dividida en cuatro esferas, en un ejercicio de desintegración identitaria que me pone bastante.

Digamos que La Mujer Bola en sus dos primeros niveles puede ser difícil de llevar, y a La Mujer Que Se Eleva en el cuarto dan ganas de sumergirla en leche de avena a ver si calla (S. y yo elaboramos diariamente litro y medio de leche de avena, que nos faltan las gallinas para ser autosuficientes, cual amish del Carmen; quién me ha visto y quién me ve).

Y esta reflexión me lleva a pensar que, si ya daba bastante risa este empeño nuestro en ser algo o alguien definido, con sus márgenes subrayados, su imagen y proyección concreta, hete aquí que llega un virus y, cual bomba de racimo, se carga el setumismismo imperante, dejándonos en un tercio de alguien dividido en cuatro capas; a nosotras, a nuestra forma de vivir, a las ideas que sostenían todo este tinglado.

No sé cuándo acabará de detonar esta bomba, mientras seguiremos haciendo leche de avena; se admiten encargos.

Pd: Las Tres Mujeres están confinadas en el blog, pero ellas sí pueden ser visitadas.

27-4-20

Delirio doméstico

Armarian lentas las horas, pasillando inquietudes mientras mi mente intenta, en vano, ventanearse.

Mis nervios mesan y mesan hasta cortinarse.

“Mira Soñi, puértate un rato o te va a quedá chaveta perdía”, nevera Mingu, mi madre, desde la pantalla.

Yo la estufo, pero es que cuesta mucho lamparear todo esto, os lo sillo.

29-4-20

Etimológicamente, “persona” deriva de “máscara”, con lo que, en un ejercicio de analogía de ir por casa (por dónde si no…), de mascarilla vendría personilla.

No sé si esto hace gracia, a mí sí.

El caso es que no sé si os pasa, pero siento que, efectivamente, esos trozos de tela en la cara nos transforman en una versión bastante menguada de nosotras mismas.

Ayer me encontré con quien parecía ser el dueño del restaurante de mi calle. Digo parecía porque, la verdad, no tenía muchas pruebas de su identidad: sin cara y con la voz distorsionada, tuve que hacer un acto de fe para reconocerlo. A dos metros e intentando enfocar al menos a uno de sus ojos, le dije que echaba mucho de menos su berenjena; espero que fuera él, por todas las diosas.

Al rato me crucé con alguien que tenía toda la pinta de ser mi vecino, pero todavía tuve menos elementos de juicio, ya que llevaba gafas de sol: ni cara ni voz ni ojos. Me dijo, creo, que estaba trabajando mucho y yo, para enfatizar la comunicación, acabé sonriendo de manera exagerada y dando cabezazos a la japonesa sin darme la vuelta, atrás y adelante.

Cómo acabaremos…

1-5-20

Sonieto.
Me desescalo, amor, me desescalo
cuando pruebo tu ajiaco delicioso
y bajo tanta escala que reboso,
me caigo, me tropiezo, me resbalo.
Apenas he gozado tu regalo
me surge un dulce eructo, indecoroso
quizá por engullirlo sin reposo
sin fase ni respiro ni intervalo
Qué tierna sobremesa, qué gozada
hacer la digestión del rico plato
pensando ya en la siesta confinada
Y ya en horizontal, un arrebato
decreta presto y en desescalada
a mi intestino un alivio inmediato.

5-5-20

Hoy venía pensando que, ya que desescala el confinamiento, podría hacer lo mismo la normalidad; eso sería lo justo.

Que desescale o que se desintegre en solución hidroalcohólica, que se le aplane la curva, qué sé yo.

Mira, es que hasta acepto una confinadita semanal a cambio de la modificación de las jornadas laborales, la reducción del turismo masivo o de ver menos coches en Guillem de Castro.

Parecerá algo masoca esto de pedir ser menos libre, pero es que si a lo otro le llamábamos libertad teníamos un problema grave.

Incluso la mascarilla está demostrando ser bastante útil.

Ayer por ejemplo, de camino al trabajo, el trapo con gomas que llevaba un señor en la cara me libró de escuchar la normalidad que me estaba soltando, apoyado en un semáforo.

Desde mi posición de contagiadora viral en potencia y a dos metros, le solté un “qué pasa” más farruco que cuando yo era una mujer normal de las antiguas, qué subidón.

Lo dicho, entremos en desnormalada pero ya.

8-5-20

Esta convivencia en confinamiento- ¿confinencia…? – está sacando a la luz aspectos de mí misma que miedito dan, yo aviso.

Las que más lo están sufriendo son las hormigas de la cocina, víctimas de una furia visigoda que, por llevar la contraria, escala y escala por mi cuerpo cada día con más ímpetu.

S., en cambio, les habla de usted y las trata con tal delicadeza que a su lado parezco un ser sin alma; cuando descubre a un grupo de ellas en la encimera, comienza a dar suaves golpecitos a su lado con los nudillos mientras dice: “chicas, huyan, o vendrá la señora del pelo”.

Ellas forman rápidamente una fila y escapan pared arriba, agradecidas por ese tambor amigo que les avisa del peligro; saben que la señora del pelo las masacraría en un plis, trapo en mano empapado de vinagre, felicitándose además por usar un método exterminador no contaminante.

“Chicas, huyan…”, y lo dice así, en precioso, generando una inmensa onda de ternura en la cocina de cuyos efectos no me salva ni un EPI.

Ya veis que la señora del pelo en el fondo tiene su corazoncito.

11-5-20

Hoy me he despertado con una revelación:

A ver si esto de desescalar va a ser lo mismo que deconstruir, pero con más prisas y por decreto.

Tantos años dándole al pico y pala, y resulta que se podía hacer en fases numeraditas.

Vale, el sistema no está demostrando ser muy seguro, pero fijo que ensucia menos.

Estoy por decirle a mi Brigitte que nos liemos la mascarilla a la cabeza y propongamos una desescalada planetaria del amor romántico; un lanzamiento amor abajo en cuatro fases, manteniendo a Disney confinado -no criogenizado, que eso es un rumor más antiguo que la normalidad – hasta que inventen una vacuna.

Puede parecer arriesgado, pero más hostias que con la deconstrucción no nos vamos a llevar, y encima aprendemos a hacer pan.

Total, ¿no son en el fondo el sistema monógamo heteropatriarcal y la familia nuclear misma, una forma de confinamiento amoroso que nos priva de las redes afectivas, tan necesarias…?

Ahí lo dejo, que se me está poniendo esto perdido de harina.

13-5-20

Entre los asuntos trascendentales que estoy pensando en esta cuarentena se encuentra un hecho del que se habla poco: estamos desescalando al revés.

O sea, nos lanzamos confinamiento abajo pero las fases escalan hacia arriba, y fíjate que ya venía yo notando algo poco natural en el cuerpo, no sé, como una incomodidad en las articulaciones.

El caso es que he sido consciente de esta incongruencia de las leyes de la física cuando ha llegado a casa el cartero con un paquete, y ahí lo he visto claro: el único que estaba desescalando en la dirección correcta era el bizcocho de mi madre, enviado desde Xàtiva, población en fase 1, hacia Valencia, fase 0.

Este maravilloso objeto de repostería ha sufrido una regresión, un desfase, confinado en una caja de cartón y volviendo a la casilla de salida cual cuarentena de la marmota; vamos, la pesadilla recurrente que debe de estar martirizando a Puig estos días.

Para mí, en cambio, ha sido como tener a mi maravillosa Mingu un poco más cerca, qué placer y qué suerte.

17-5-20

Te dije que era arriesgado, que meterse en este artefacto no presagiaba nada bueno, pero al final cedí, como siempre, y aquí estamos: teletransportadas por tu cabezonería al siglo XV y expuestas a todo tipo de peligros.

Sí, ya sé que aquí no han inventado aún los insecticidas, que los humanos dejan mucha comida fuera, que hay más recursos para la supervivencia y bla bla, pero mira, se vivía muy bien en la cocina de la señora del pelo, qué quieres que te diga.

Además, yo sospeché desde el principio de ese cacharro nuevo. ¿Desde cuándo hace falta en una casa un hervidor de huevos eléctrico? ¿Qué extravagancia es esa…?

Sí, querida, eso es una rata. No sé si comen hormigas, pero por si acaso no te muevas…

18-5-20

Esta mañana he estado diseñando un juego de lo más entretenido; se llamará “Confitrivial” o “Trivial en desescalada” y contendrá preguntas azules como “¿en qué fase se puede ir a una peluquería de otra localidad a las 10.30h con dos amigos si uno lleva una barra de pan bajo el brazo y el otro tiene 70 años y lleva encima un nieto? O rojas como ¿sirve una bandera española como mascarilla si me manifiesto contra el Gobierno con menos de diez personas en un descapotable con chófer?

Me ha venido la inspiración durante mi sesión de hula hoop diaria, que es para mí lo más parecido a una meditación en movimiento, a una danza espiritual; hago como los derviches, pero al revés: es el aro el que gira y yo me quedo quieta, que requiere menos hablilidad y no marea tanto.

Media hora puedo estar ahí dándole al artefacto meditativo; S. pasa de vez en cuando por mi lado y lo roza sutilmente para que caiga, que él es Buda pero un tanto borde cuando quiere también.

Gira el virus gira…

24-5-20

Mi madre, Mingu, que fue profesora de historia durante 38 años y lleva ya varios jubilada, ha soñado esta noche que, a dos días de la selectividad, iba todavía por Luis XIV.

Me lo ha contado durante nuestro videodesayuno y he podido percibir su angustia; que se te quede empantanado tanto austria y tanto borbón debe de ponerte el cortisol por las nubes.

Yo, que soy muy empática, me he contagiado de ese estrés y mira, en vez de irme al río a correr como buena desconfinada, me ha dado por mover muebles, que es mi manera de hacer que todo cambie sin tener que cambiar nada, así que, ayudada por S., he arrastrado sillones, estanterías, mesas, y de ahí, en vertiginosa desescalada, nos hemos puesto a vaciar altillos, pasar la aspiradora por lugares insólitos y probar mil veces todo tipo de combinaciones decorativas.

Digo yo que igual nos ha invadido el síndrome de la cabaña y estamos preparando el nido para un próximo confinamiento o, al contrario, queremos pasar a la fase dos arrastrando la normalidad por el comedor.

Las gatas llevan todo el día acojonadas.

Y todo por culpa de Luis XIV.

26-5-20

Hay palabras que son mucho más poderosas que su significado, por ejemplo “ponzoña”.

En principio se refiere simplemente a una sustancia nociva, pero no me digáis que no evoca algo como toxicidad roñosa, apelmazada, pestilente. Algo que se queda entre los dientes.

Pues bien, esta mañana he detectado que el desagüe de la cocina no tragaba bien y, desatascador en mano, he empezado a succionar con furia lo que seguro era eso, ponzoña acumulada en el sifón, provocando ese rugido sordo en el que parece que las entrañas de la tierra misma comienzan a despertar sacando a los orcos de un sueño de siglos.

A mi izquierda, S. me aconsejaba tímidamente que, por eficacia, quizá debiera tapar el desagüe de al lado, murmurando algo relacionado con los vasos comunicantes y bla bla, pero ha optado por retirarse discretamente; él sabe que la señora del pelo acepta de buen grado que un hombre le corrija cómo se corta correctamente un tomate brunoise (os juro que lo hace) pero no algo relacionado con la fontanería, que el imaginario patriarcal pesa más que una vaca en brazos y mira, una tiene taritas por la socialización de género, qué le vamos a hacer.

El caso es que ahí me he quedado, dale que dale con el brazo, desatascando las cloacas de un confinamiento de dos meses. Al poco, han empezado a salir los primeros residuos: pequeños restos de comida, una pasta negra maloliente, un señor de derechas pidiendo libertad, dos cacerolas abolladas, pelos, un decreto recurrido en el Constitucional, un trozo de plástico, tres gurús del conspiracionismo apocalíptico, una bandera arrugada, dos remedios milagrosos contra el virus…buf, qué de cosas.

Al acabar, un chorrito de vinagre y tan bien, oye.

31-5-20

El otro día, al volver del trabajo, me crucé con el cartel de unos grandes almacenes; ocupaba toda la fachada del edificio y en él se podía leer: “Defiende tu primavera”.

Llamadme paranoica, pero detrás de esa imagen bucólica con mujer floreada yo vi claramente una llamada a la rebeldía: “Defiende tu primavera, que te la está robando este gobierno bolivariano y golpista al que vamos a demandar”; y es que desde que esta gente de cabeza engominada y alma pollaviejense pide libertad recostada en su jardín de quinientos metros, todo es posible.

Cada vez que me indigno con lo rojigualdo pienso en mi querida E. y su determinación de no atender a la actualidad que marcan otros, ni siquiera desde el lado de “los buenos”. La puedo escuchar: “Sonjita, lo intolerable ya hace tiempo que está desatado y el problema no es la amenaza fascista: el fascismo es nuestra normalidad”.

Amén, hermana, pero la señora del pelo también está desatada y dime qué hacemos con ella.

Y es que, como decía S. el otro día, llevamos dos meses y medio lidiando con el miedo a lo que nos íbamos a encontrar dentro (de nuestras casas, nuestros cuerpos) y ahora da miedo pensar en lo que nos espera fuera.

Y fuera está todo muy feo, no me digas que no.

2-6-20

Creo sinceramente que mi cuerpo sigue en fase 0 mientras el mundo se empeña en avanzar. Y tan bien, oye, que a mí la fase 0 me caía estupendamente; sin expectativas, sin presiones. Era como uno de esos famosos no-lugares, el fin de la ciudad zombie pero sin terrazas, cosa que yo he agradecido mucho aquí en el Carmen, la verdad.

Mi cuerpo quiere seguir paseando cada noche por Cavallers, tarareando a Mª del Mar: “A València hi ha un carrer que té geranis i sombres; humitats i tenebrors, saliva i enteniment”, con un S. que ha podido conocer la ciudad así, desnuda y vacía.

Y al sonar las campanas de las 23h, volver a casa apresurados y muertos de risa, cual cenicientas.

Mi mundo onírico también sigue en fase 0: esta noche he soñado que ya no había cole por las tardes; y digo yo que si el cuerpo recuerda, décadas después, que el 1 de junio empezaba el horario de verano, las sandalias nuevas, los frigo dedos… cómo no va a recordar los recientes desayunos sin prisa, las aceras despejadas, el silencio de hace un mes.

Paciencia y pomadita para esta tortuga desfasada.

6-6-20

S. suele atarse alrededor del dedo meñique del pie un cordón largo en cuyo extremo va enganchada una goma rota.

Camina por la casa arrastrándolo, y la estampa simula bastante bien una serpiente cimbreante que fascina a las gatas.

Así que allá van los tres por el pasillo: S a la cabeza, ellas detrás persiguiendo el hilo y yo siempre en peligro de tropezarme con todos.

A veces se lo ata en el dedo meñique de la mano mientras escribe en el ordenador, y el teletrabajo se nos convierte en un concurso de saltos y maullidos.

Otras, entra en el comedor con el cordón, se dirige a ellas y les pregunta: “¿quieren jueguito…?”.

Yo creo que las gatas están deseando que llegue la nueva normalidad, pobres, que no dan abasto ya de tanto seguirnos el rollo; al menos, que vuelva la antigua.

No sé, yo las veo agotadas.

12-6-20

Hoy me han venido a la cabeza las penas de “confinamiento, extrañamiento y destierro”, que me enseñaron en Historia del derecho.

El confinamiento ya lo hemos cumplido, y yo diría que ahora estamos en el extrañamiento.

Si no, decidme cómo describiríais lo que se siente al ver a un señor con barba y mascarilla y no saber dónde termina su cara.

Yo incluso creo que he pasado de diario confinado a crónica extrañada, lo digo por si notáis algo raro en mis palabras; un desfase, un rebrote, no sé.

Y si seguimos en orden desescalante, la nueva normalidad quizá sea el destierro, el 21 lo sabremos.

Ya tendría coña que al final todo consistiera en quitarnos de en medio; al menos que avisen y me dé tiempo a coger la thermomix y el hula-hoop.

18-6-20

El otro día, en el mercado central, el señor del queso me dijo algo y, al segundo, se vio obligado a aclararme: “es broma”.

Y creo que el hombre hizo bien, porque al llevar él la mascarilla puesta yo no había podido captar la coña y, al llevar yo la mía, él no pudo saber si yo la había captado.

Ya sabéis que yo soluciono esto dando cabezazos y achinando mucho los ojos, pero vaya, qué desastre de comunicación; a este paso acabaremos teniendo que explicar los chistes.

Mi amiga A. tiene una propuesta al respecto: llevar emoticonos en el bolsillo y completar así lo que no podemos expresar: el de la lengua fuera, la sonrisa con dientes, la caquita feliz…cualquier cosa ayudaría a superar esta cara de folio que se nos ha puesto.

Estos días estoy leyendo cosas muy interesantes y serias sobre lo obscena que podrá devenir una cara desnuda si esto sigue así; de hecho, empezar a hablar de “caras desnudas” da ya repelús.

Y es que pasar de espejo del alma a trozo de carne peligroso es mucha desescalada, creo.

En fin, la normalidad que llega no sé si será nueva, pero expresiva seguro que no.

20-6-20

Hace ya algún tiempo que las cosas vienen siendo blandas.

Podría afirmar incluso que ellas mismas se han apropiado de esa condición y la han convertido en verbo. Así, siento que las cosas blandan, y no tanto en el sentido de que no duren; tampoco me refiero a que se ablanden, así en reflexivo, eso ya lo hacían cuando todo era antiguamente normal.

Esto de ahora es otra cosa: blanda el tiempo cuando lo intento agarrar con las manos para pedirle que no corra, que aquí en casa no nos gusta eso; blanda mi diafragma al imaginar ese futuro de gomaespuma en que se han convertido las semanas, los meses que vienen.

Van blandando mis ideas, mis planes, mis expectativas. Pierden su forma original cuando los pienso; ni los sostengo ni me sostienen. Blanda el suelo bajo mis pies, las raíces de los árboles.

Y que esta blandura nos enseñe algo, seguro que sí.

29-6-20

Hoy, chateando con mi Bri, hemos compartido un asunto de vital importancia: mucho se ha hablado de desescalada y desconfinamiento, pero nadie nombra algo que para muchas está siendo un temazo: la desconvivencia o desconfinencia, para ser más exactas.

Y es que maldita sea, no va a venir ahora el Psoe a decirme cuándo me tengo que desconvivir, por mucho que ya haya movilidad entre comunidades. El Psoe, ¿sabes? primero que pongan el impuesto a las grandes fortunas y luego hablamos. Pues no va a ser que ahora Pedro Sánchez es el amor, vamos. Ahí tan tieso y tan señoro lanzando flechas: ale, a moverse todo el mundo por decreto, venga; cada cual a su casa, a normalizarse pero ya. No te digo, que se mueva él, pero a S. que lo deje en paz, carajo. Qué poca sensibilidad, con el riesgo de rebrotes, y…

– O sea, que también seguís ahí cual garrapatas.

– Sip.

1-7-20

El otro día le comentaba a S. mis reticencias acerca de la tan manoseada “zona de confort” que nos invitan a abandonar cada dos por tres, casi a empujones.

Entiendo, claro, lo que significa esta expresión (lo digo por si alguien cree que debe explicármela 😉) pero creo que parte de algo que no es del todo cierto: ¿de verdad tenemos dentro una zona en la que constituimos para nosotras mismas algo confortable, no conflictivo, placentero, donde todo resulta fácil…? ¿acaso hay aquí mucha gente que sienta su fuero interno como un sillón orejero? Y, por último, ¿se les ofrece a los abandonadores una zona alternativa, o la invitación es a embarcarse en un viaje individual hacia la nada?

Porque igual sigo fasecérica perdida o es que soy rarita, pero a mí lo que me nace es ponerme a buscar esa zona y quedarme a vivir ahí, no salir de ella por pies.

Mira, se me ocurre que si a alguien se le queda libre la suya, me la deje para este verano, prometo cuidarla.