Sujeto entrevistado: Fina Gutiérrez, 54 años.
Primera sesión.
Recuerdo significativo nº1:
1970. Fina, con la edad de seis años, posa en medio de la sastrería familiar, brazos en cruz; su madre y su hermana clavan alfileres en lo que promete ser el vestido de los domingos; batista rosa. Varias clientas alaban su aspecto de princesa.
Nunca, dice, se ha sentido más ridícula.
Fue entonces, según relata la entrevistada, cuando el síntoma se manifestó por primera vez: al tiempo que intentaba ser amable con aquellas señoras, sintió cómo el cuerpo “se le hacía piedra” de manera súbita y no consiguió pronunciar palabra alguna, ni dibujar en su rostro la sonrisa deseada.
Recuerdo significativo nº2:
1981. Fina, ya adolescente, juega al fútbol con sus primos en la plaza. Escucha palabras como “marimacho”, “fino filipino”, “perico”. Ríen chicos, ríen chicas; sobre todo recuerda que ríe Maricarmen y el pinchazo en el estómago que esto le provoca.
Relata que su padre la arrastró de la muñeca y le encargó ordenar el tejido en el almacén. Al rato, la encontraron inmóvil, envuelta en una pieza de batista rosa; a su lado, esparcidos por el suelo, el resto de telas: alpaca, crepé, gasa, gabardina, tafetán. Tres días sin postre y sin jugar.
Ante la pregunta de si jugaba con las telas para estimular su lado femenino, la entrevistada me mira y levanta las cejas levemente.
En un momento de la sesión, Fina se agacha, coge un bicho de bola del suelo y lo coloca en su mano; el insecto sube y baja por sus nudillos; ella intenta acariciarlo con extrema delicadeza, pero en ese momento el bicho se repliega sobre sí mismo, cae al vacío y se pierde rodando entre las patas de mi mesa.
A continuación me pregunta: “doctora, ¿qué debería ser objeto de estudio? ¿el exoesqueleto de este insecto o el entorno que lo endurece?”
Segunda sesión.
Recuerdo significativo nº3:
1994: Fina, con treinta años, barre la sastrería mientras dos clientas observan las telas expuestas; se escucha la voz de una niña: “¿Mamá, eso es una mujer o un hombre…?”
Su hermana sale en ese momento del almacén y borra rápidamente la niebla incómoda que la pregunta ha dejado en el ambiente. En el mostrador ya se despliegan sedas, franelas, tul y organdí.
Esta vez, para sorpresa de la propia entrevistada, su cuerpo no se volvió piedra, no hubo repliegues, parálisis, ni bichos de bola rodando; se acercó a la niña con un caramelo, ésta le regaló una enorme sonrisa; en ese momento un escalofrío subió por sus piernas, aligerándolas, mientras la pregunta daba vueltas, rebotaba, entraba y salía de su mente como música: mujer, hombre; hombre, mujer.
Si la aceptación fuera agua, Fina, según sus propias palabras, hubiera sido en esos momentos un embalse en pleno proceso de llenado, una enorme piscina de agua fresca. La constatación de que la vida no era un puzle y no estaba obligada a encajar en ella, de que cualquier color de la paleta es ya más hermoso que el blanco y negro que representan un bicho de bola y el suelo sobre el que cae.
Tercera sesión.
Recuerdo significativo nº4:
2005. Fina, cumplidos ya los cuarenta, atiende en el mostrador de la sastrería. Entra una madre con su hijo adolescente, buscando una buena tela para un traje azul marino. El chico pasea por la tienda, Fina le ve acariciar el terciopelo, el raso, su mirada se cruza con ella; la entrevistada asegura que podría reconocer, según sus palabras, a un bicho de bola allá donde estuviera.
Entonces aconteció lo que la entrevistada denomina “el día más feliz de su vida”: entró en el almacén y, uno a uno, fue sacando los enormes rollos de tela que llenaban la estancia. Atravesó con ellos la tienda y, bajo la mirada estupefacta de las allí presentes, fue sacándolos a la plaza, ordenándolos por colores y dentro de estos por tonalidades: rosa palo, rosa chicle, fresa, fucsia…
La gente comenzó a acercarse, los niños corrían divertidos desplegando las telas, saltando sobre ellas y haciéndolas volar sobre sus cabezas.
Preguntada por la motivación que la llevó, el día referido, a destrozar de esa forma las existencias del negocio familiar y si pudo ser debido a la disforia entre el sexo asignado y el sentido, la entrevistada sonríe y me pregunta :”doctora, ¿a usted no le duele la normalidad?¿nunca ha tenido ganas de saltar sobre ella y hacerla jirones…? Dígame si, en ocasiones, no ha sentido el impulso de convertir en añicos lo amable, los múltiples tonos del rosa…o esta investigación, por ejemplo”.
En cuanto al tema objeto de este estudio y requerida sobre el género con el que se siente más cómoda, la entrevistada guiña un ojo y contesta: “el poliéster es económico pero no transpira; nada como una buena lana fina para un traje de diario”.
Relato finalista en el II Certamen de relato breve «Beatriu Civera»
del Ayuntamiento de Valencia.