La voz de la profesora se escucha con nitidez a pesar del arpa que suena de fondo, monótona e insistente: «Cruzamos las piernas, elevamos el brazo derecho, doblamos el codo e intentamos agarrar la otra mano con la izquierda por la espalda- así, chicas, sin miedo- levantamos la barbilla y vamos doblando la cabeza hacia atrás hasta mirar el techo. Respiramos hondo y aguantamos ahí diez segundos…»
-Psss…¿has visto? Hay humedades; por ahí fijo que se filtra el agua.
-Tres, cuatro, cinco…-intento concentrarme-.
-Pues con lo que pagamos ya podrían arreglarlo, ya ves. El año pasado ya lo dijimos y nada.
-Ocho, nueve…diez.
Deshago como puedo el nudo en el que se han convertido mis piernas, bajo los brazos y vuelvo a la postura de descanso. Me duele todo el cuerpo, el olor a incienso me marea y lo último que esperaba en mi primera clase de yoga era tener al lado a una habladora incontinente.
La profesora da por finalizada la clase. Todas dicen “namasté” al unísono y salimos en tropel hacia el vestuario.
Observo alarmada que mi vecina de esterilla ha hecho presa conmigo:
-Soy Juani, no te había visto por aquí. ¿Eres del barrio?
– Sí- contesto secamente-.
Veo pasar por mi cabeza los cuarenta euros del curso, el tiempo valioso que le estoy quitando al trabajo y el momento en el que pensé que esta hora de relax sería la solución a todos mis problemas. A todos.
– Chica, ya verás cómo te mola esto. Sientes una paz interior flipante, no sé, como si te unieras a una energía cósmica que está por encima de nosotras…
Juani respira hondo, alza los brazos lentamente, con solemnidad, y mis ojos siguen mecánicamente su recorrido. Al instante me siento ridícula y empiezo a sacar mi ropa de la bolsa; quiero salir cuanto antes de esta conversación.
No han transcurrido ni cinco segundos cuando levanto la cabeza y observo con extrañeza que Juani ya no está y no queda nadie en el vestuario. Termino de cambiarme y salgo del local; está anocheciendo.
Estoy a punto de acostarme cuando recibo un mensaje de un número desconocido: “Mañana a las 10h en el Tertulia. Namasté. S.J”.
Un escalofrío me recorre la columna…¿S.J? El Tertulia es el bar donde suelo desayunar casi todas las mañanas, pero no sé quién se está citando conmigo.“Namasté”…
Mi mente empieza a buscar explicaciones lógicas: esa tal Juani ha conseguido mi teléfono del centro de yoga- ya les diré mañana…- y según su extraño criterio considera que somos amigas.
Me duermo con el firme propósito de olvidar ese mensaje y la cita que me propone, pero la curiosidad puede conmigo y al levantarme decido acudir. Llego al Tertulia cinco minutos tarde y desde fuera ya puedo distinguir su figura.
Con ropa de calle, Juani resulta todavía más inquietante: suéter de leopardo ceñido, escote pronunciado, el pelo rubio platino recogido en un moño alto, las gafas de sol puestas a pesar de la penumbra…parece la versión oronda de Kim Novack.
-Ay cielo, ya creía que no venías. Juntemos nuestras manos y respiremos juntas; hay un montón de cosas que celebrar.
-¿Celebrar…? Empiezo a alarmarme.
– Mira, reina, ya sé que te parece todo muy raro, pero tengo que contarte algo muy importante: ayer cuando llegué a casa hice una micción sagrada y en el líquido elemento pude observar tu rostro. Es una señal.
Se acaba de quitar las gafas y me mira misteriosamente. ¿Micción sagrada…? instintivamente miro mi manzanilla y decido no tomármela.
– Mira, Juani…
– Sonia, creo que eres una elegida. Hacía doscientos dieciséis años que no tenía una santa micción con imagen humana revelada.
Miro alrededor, me fijo en la gente, quizás esto sea una cámara oculta y mis amigas estén compinchadas…
Juani sigue:
-Te voy a confesar mi verdadera identidad: soy Santa Juana.
Se me escapa una risa nerviosa, miro a la chica de la mesa de al lado como pidiendo socorro pero nadie en este bar parece vernos.
– Santa Juana…¿de Arco? ¿de la Cruz?
Paso directamente a la carcajada pero dejo de reír en seco al observar la siguiente escena: Juani, o quien quiera que sea esta persona, se ha puesto en cuclillas y, con los ojos cerrados, ha empezado a orinar en el suelo. Parece que reza una oración y mueve los brazos como un pulpo enloquecido.
– Sí, soy Santa Juana y he recuperado mis poderes. Durante siglos he soportado el culto a San Juan, las hogueras, los baños nocturnos…pura superchería. Miles de incautos invocando a ese santo aburrido y patriarcal hasta decir basta.
Reconócelo: tienes ganas de orinar ahora mismo.
-Yo siempre tengo ganas…bebo mucha agua, infusiones…
Miro aterrorizada alrededor…nadie parece fijarse en el charco que esta mujer ha dejado en el suelo; es más, nadie parece verla.
– ¡Micciona, Sonia, deja salir toda esa ira, que no es sino el mal del mundo todo! Inunda los mares, riega el campo yermo con tu savia de mujer dadora de vida…¡nútrenos con tu elixir de diosa!
Nunca he congeniado mucho con los esencialismos femeninos de fluir esotérico, pero esto lo sobrepasa todo; me levanto y salgo del bar con prisa. Desde la puerta, Juani insiste, su falda todavía por encima de los muslos:
– ¡Veo tu luz! ¡¡Se desbordarán las presas, los glaciares caerán derretidos por tu torrente de mujer-océano!! ¡oh, cuerpa derretida…!
Camino hacia mi casa deprisa y sin mirar atrás. Ciertamente tengo ganas de ir al baño, pero sobre todo necesito olvidar este encuentro cuanto antes.
Los escasos metros que separan el bar de mi casa se me hacen eternos; de hecho, descubro con espanto que voy dando vueltas en bucle a la manzana sin que la puerta de mi casa aparezca en ningún momento. Siento un mareo repentino yno sé cuánto tiempo transcurrehasta que extrañamenteempiezo a sentirme mucho más despejada y ligera que antes.
Sigo caminando, envuelta en un aura nueva y poderosa. Escucho una voz masculina: “¡eh, pelirroja, ¿estás sola?!”.
Me detengo, miro profundamente al sujeto en cuestión,le señalo con el dedo índice y escucho cómo caeal suelo fulminado.
En mi trayecto hacia ningún lugar me da tiempo a derribar a tres mirones de niñas, a un novio celoso y a los componentes de una despedida de soltero que anda molestando a una mesa de turistas. Me siento cada vez más fuerte y sigo patrullando la zona de Mossen Sorell sin piedad.
Me tropiezo de repente con mi profesora de yoga; de manera atropellada le explico mi nueva condición de semi-diosa justiciera y mis recientes hazañas para combatir el machismo del barrio. Mira hacia atrás y señala a la despedida de soltero, cuyos miembros sorprendentemente siguen en pie a pesar de mis…¿super poderes?
– Tú has hablado con Juani, ¿verdad? Ajá…por eso me pidió tu teléfono. Qué mujer…me dijo que te quería devolver algo.
Parece que intenta aguantarse la risa pero está claro que le cuesta. Sigue hablando, con dificutad:
– Te tenía que haber avisado…ella es así. La queremos mucho a pesar de esa cabeza fantasiosa que tiene, no le hagas mucho caso. Ahora tengo un poco de prisa…¡te veo el miércoles en clase!
Miro al frente confusa y por fin parece que diviso la puerta de mi casa; me dirijo lentamente hacia allá y por el camino me cruzo con dos de los mirones que creía haber derribado hace diez minutos. Llego al portal, subo las escaleras todavía aturdida y me doy cuenta de que no he ido al baño en todo este rato.
Descargo por fin mi vejiga; de manera instintiva miro en el fondo y no, no tengo ninguna visión, pero la verdad es que me sigo sintiendo estupendamente; ligera, fuerte, mucho más segura de mí que cuando salí de casa esta mañana.
De repente, levanto la cabeza y en el espejo del lavabo veo escrito “namasté”.
Me miro y observo que mi imagen empieza a fundirse con otro rostro: gafas de sol, moño rubio platino…
Sonrío: “namasté, Santa.”