Sí, yo lo vi todo.
Intentaré contar lo que pasó:
Ella entró en el parque y se sentó a mi lado. No habían pasado ni cuatro segundos cuando su carro volcó; las bolsas de la compra que acababa de dejar en el suelo se desplazaron varios metros.
Delante de nosotras se fue formando un remolino de hojas y ramas arrancadas. En un momento dado tuve que agarrarme al banco con una mano; con la otra me protegía la cabeza, varios objetos volaban y amenazaban con caernos encima.
Enfrente, dos palmeras se inclinaron hasta chocar entre ellas y un hombre se sujetaba como podía a su tronco para no caer. Un contenedor volcó.
No recuerdo el tiempo que estuvimos así hasta que ese suspiro se fue agotando y volvió la calma.
Cuando todo el aire hubo salido de sus pulmones, ella se arregló un poco el pelo y se levantó pesada y lentamente, arrastrando el carro.
Al rato la volví a ver: hacía cola en la charcutería con dos nietos colgando de sus brazos y la misma mirada de cansancio.
Hay mujeres que suspiran huracanes mientras sostienen la vida. Y no las vemos.
Relato publicado en el especial 8M de la revista Papenfuss. 2019.